lunes, 8 de octubre de 2012

Aventuras medievales - La Fragua del Dragón 1x02

Capítulo 2

El sultán me llamaba hoy con resultados positivos, pues me levanté con su canto, me dispuse a ponerme mis ropas de viaje, mi capa, sin olvidarme de mi espada ( heredada por mi padre, ya que sólo yo seguí sus pasos), mi arco y todo lo dispuesto el día anterior me esperaba, tome el carruaje en mis manos e inicie el camino hasta el Reyno.

El carruaje impulsado por mi, no era una carga tan pesada como lo fue alguna vez, pues mi cuerpo ha crecido, mi fuerza aumenta con las labores diarias, el camino era largo, pero siempre agradable, pues las copas de los árboles repletas de aves cantoras hacían mi camino ameno, el camino no era muy transitado pero no estaba del todo abandonado; era la hora con menos sombras, el calor se acentuaba, pero en el horizonte podía ver la Torres del castillo, las murallas cada vez más cercanas, me fui encontrando con mercaderes, pastores con su rebaño, incluso algunos artistas, pues son fechas de dar gracias por la cosecha, seguramente abra un festival como cada estación, así también si hay justas se venderá bien mi mercancía, tengo aún plata y oro para pagar los impuestos, ya que si no, me sería imposible vender, pues hay que pagar tributo, así evitar conflictos con las armerías.

Al llegar a las puertas me preguntaron el contenido de mi carruaje, al enterarse de mi propósito me pasaron con el recaudador para que pagara el derecho de venta, me asignaron un lugar según lo que pude pagar, no era la mejor ubicación, pero no tendría mucha competencia.

Monté unas tablas a modo de mesa, puse en orden espadas, hachas, dagas, arcos y flechas.

En un poste martille unos clavos para montar mi "Magna Carta", la espada que tanto tiempo me llevo perfeccionar, después de mezclar varios metales y formas, logre un arma que sería ideal para cualquiera que pudiera empuñaría con un buen conocimiento del esgrima.

La gente empezó a preguntar por mis artículos, el precio era justo pero la gente quería regatear, mi padre me enseño que uno no debería juzgar el precio que pone a su trabajo, pues sólo el que labora sabe el esfuerzo, dedicación, recursos y tiempo que conlleva la elaboración de los mismos, también me recomendó encarecidamente no exigir más de lo justo, pues no es de gente noble.

Había llegado a la conclusión de que mi "Magna Carta" no tenía precio, pero no la hice para mi, ella tendría que encontrar su dueño, tal vez quien la compre no será su dueño final, si no que será concedida en combate, mientras tanto lo más justo me pareció realizar una subasta, así sólo el creador le concederá el precio justo, la valorare como una espada más, pero antes daré una exhibición.

De súbito llego un escudero agitado, exigiendo mi mejor arma, le indique cual era, me ofreció 15 monedas de oro, estaba desesperado pues había olvidado la espada de su señor, pero ya tenía yo un plan, le dije que sería subastada y aún que talvez no alcance la cantidad que el me ofrece, no puedo ir en contra de los planes ya establecidos, le ofrecí una arma de menor calidad por 3 monedas oro.

-Mi buen señor, apiadase de mi, si me tardo un minuto más será demasiado tarde, si no llevo un arma de calidad, mereceré la muerte, acepte todo el oro a cambio de su mejor arma, vea que es un asusto de vida o muerte-

El joven verdaderamente parecía asustado, seguramente el caballero a quien servía era un hombre severo, sin embargo yo tenia que respetar mis compromisos, por lo cual tome una decisión.

-Joven te veo en un predicamento, sin embargo no puedo venderte mi arma, pero haré un compromiso contigo, llévate la espada y tomare tu oro en prenda, cuando allas terminado de usarla, retorna con ella, dame tu palabra de honor-

"Así lo haré" alcanzo a decir el Escudero, su urgencia le hizo olvidar los buenos modales, partió raudo hacia el área de justas, no dudo que estos acontecimientos son buena señal, deje encargado con un Mercader mi puesto, con la promesa de una moneda de plata por cada venta, el ya sabía mis precios pues todo el día me había criticado que eran muy elevados, aún así le recordé que no regateara nada y si no vendía nada le daría una moneda de oro, le pareció justo y me dio su bendición.

Voy hacia el área de justas, mi espada estaba labrando su propio camino.

Fin capítulo 2


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