Capítulo 12
-Padre, ese guerrero que te salvo, podría ser el padre de nuestro invitado!?- Menciono la grácil doncella desde el fogón, mientras servía en un recipiente la comida caliente.
-Tengo pocas dudas al respecto, pero comamos, ustedes vienen de una faena, yo no llevo en el estómago más que pan y agua. Pasa hijo, toma asiento a mi derecha y escucha mis recuerdos- Aquel hombre que nunca antes había visto, sabía más de mi padre de lo que nunca logre averiguar del mismo, el reservaba esa información pues siempre decía que su pasado murió cuando nació su vida de Herrero y padre de familia.
En la misma habitación iluminado por la luz que entraba de una de las ventanas más altas, había una mesa ovalada, suficiente para al menos seis personas, mi adorable anfitriona sirvió en unos cuencos de madera el preciado alimentó, a su padre, a mi y finalmente a ella misma, en cuernos cortados con base sirvió vino, sin pensarlo, extrañando las costumbres de alimentarme en familia, agradecí al creador los alimentos en voz alta, ambos me miraron con curiosidad pero satisfechos, después de que el gran hombre asintió con su cabeza, agradeció las bendiciones y cortamos el pan.
Comimos en silencio los deliciosos alimentos, ella era para mi un ideal, diestra en las artes de la guerra y en las del hogar, reflexionaba esto mientras bebía un poco de vino, habiendo terminado mi plato, mientras que ella recogía los utensilios, el hombre inició su relato.
-Hace poco más de treinta años, yo era soldado, combatíamos en la frontera contra salvajes que venían del mar en barcos que parecían serpientes marinas. Si bien no entendían la lengua de los hombres sus habilidades de combate eran respetables, además eran altos, algunos de cabellos rojos como el fuego, largas barbas adornadas y caminaban erguidos sin miedo frente a la batalla. Aún que los superábamos en número no me avergüenza decir que no lo fue así en habilidad, sus lanceros cubrían una gran distancia aún cuando sus lanzas eran las más pesadas que hubiera visto nunca, sus defensas eran férreas, dominaban toda técnica existente de escudo y nunca estocaban sin la seguridad de que sus espada bebiera la sangre de sus enemigos.- hizo una pausa para beber vino.
Reflexionando al respecto de esa guerra que menciona, esos salvajes, hoy día no existe más el conflicto, se les compartieron tierras, se les contrató en ocasiones como mercenarios y como entrenadores en el combate, en fin se les adoptó como parte del reíno.
- En ese entonces yo era parte de los guerreros de a pie, no entramos en combate si no hasta el segundo día pues nuestros arqueros mantuvieron a raya a los salvajes la mayor parte del tiempo y los lanceros tuvieron mayor participación que aquellos que estábamos entrenados en las artes de la espada. La estrategia era rodearlos en batallones de 100, pero ellos nos detenían con una fuerte muralla de escudos, cuando al fin la mayoría de sus escudos estuvieron debilitados, habiéndonos causado varias bajas, iniciaron un ataque desordenado que no esperábamos, la tierra estaba pesada y pegajosa por la sangre derramada, en esta supuesta caída de los muros de defensa humanos, encontramos que los esfuerzos agotaron a la mayoría, situación que los salvajes aprovecharon para a derrotar a varios soldados, creíamos tener superioridad numérica, pero cada uno de esos guerreros apenas protegidos por arneses de piel, cascos de hierro y escudos de madera, eran tan poderosos como diez guerreros, me enfrentaba en singular batalla contra dos de ellos, cuando una lanza salió de ningún lugar, me atravesó la pierna de lado a lado, estaba tan ocupado sacando las viseras de uno mientras el otro me golpeaba con su hacha en mi armadura, que tarde en darme cuenta de este daño pues hasta que las fuerzas me faltaron me percate, estaba en una precaria situación, bloqueando con mi arma la de mi enemigo, luche hasta el final tratando de incorporarme para al menos morir de pie. Finalmente la sangre me cegó, el sabor metálico de la misma en mi boca, el calor de su tacto en mi cara me hicieron pensar lo peor, sin embargo el líquido vital no emanaba de mi, era de mi contrincante, que perdió la cabeza de un tajo de una espada negra.
-Me tallé los ojos para recuperarme de la irritación ocasionada por la sangre, gradualmente recupere la vista, el estaba frente a mi esperado que me incorporara, uno de los tres comandantes de todas las legiones, su armadura impecable brillaba dándole un color blanco, sólo mancillado por algunas gotas de sangre de los caídos ante su singular espada negra. "¿¡Estas bien soldado!?" Me pregunto una sola vez... "Estaré mejor en unos momentos" ... Con su mano izquierda de un sólo tirón arranco la lanza de mi pierna, cortó un pedazo largó de su capa y me lo arrojo "mantén la sangre dentro de ti soldado, termina por hoy tus combates y vive para pelear mañana"... No espero una respuesta, pues era una orden no una sugerencia, volvió al campo de batalla, cada corte que hacía era letal, las manos de los oponentes cercenadas, los escudos cortados limpiamente de un tajo y de una estocada atravesaba el cuerpo de los enemigos, no logre ver más, pues unos compañeros me halaron de los brazos arrastrándome hasta la seguridad de nuestro campamento, la batalla continuo mientras yo me encontraba postrado al lado de otros tantos heridos en combate, ese día, los salvajes conocieron la derrota de manos del que llamaban la sombra de dragón.
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Fin del capítulo, dedicado a mi al estimada amiga y guerrera verdadera, Rosa Elena Sosa. HBD.
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